REGION - La Pampa
Semanario REGION
Del 18 al 23 de mayo de 2012 - Año 22 - Nº 1.041
R.N.P.I. Nº 359581

  
Los platos vacíos...

Carta a mis hijos:
Mi padre, que tenía una acentuada educación francesa en lo que hacía al protocolo, me enseñó desde chico que no debía terminar totalmente con el contenido del plato de comida que me servían. De esa manera, dejando algo del alimento, demostraba a quién me atendía que yo estaba plenamente satisfecho y que no requería que me siguieran agregando más porciones.
Sin embargo años después, y ya estallada la Segunda Guerra Mundial, regresó desde Italia a la Argentina una tía mía con su hija, que habían pasado como casi todos los países europeos una dura etapa de racionamiento de alimentos, y por lo tanto de hambre contenida. Cada vez que mi tía y mi prima visitaban la casa de mis padres comían ansiosamente todo, limpiando de manera notoria los platos, pasándoles trozos de pan para recoger las últimas partículas que quedaban.
Ya no poseían hambre fisiológica, pero sí psicológica, y les costaba disimularla. En ese entonces yo tenía diez años de edad y el impacto que eso me generaba era muy grande. Argentina constituía un país que producía alimentos de fácil acceso a su pueblo, y por lo tanto no existían dificultades económicas para lograr aquellos elementos en ese entonces esenciales como pan, leche, frutas y verduras. Las huertas familiares, incluso en las ciudades, permitían complementar cualquier faltante.
Ha pasado mucho más de medio siglo desde ese entonces y los cambios han significado enormes avances y retrocesos, tanto en nuevas tecnologías como también nuevas degradaciones sociales.
Todo lo que es descuido y lo que es desperdicio no ha sido corregido en nuestra sociedad contemporánea, que duplicó su población, pero que no ganó en una eficiente metodología de trabajo y consumo. Hemos crecido en la cantidad de bocas ansiosas de hablar y comer simultáneamente, pero se ha decrecido unitariamente en la capacitación para saber qué decir, y para aprender a ganar nuestra comida.
Quienes desean un gran y civilizado desarrollo, tienen que aprender a ser inteligentemente laboriosos para obtener un nivel apetecible. 
Los platos pueden quedar vacíos por ansiedad, pero también pueden estarlo por los faltantes que nunca lograron llenarlos. Más aún el mal uso y la torpeza de unos u otros puede terminar rompiendo las vasijas injustamente.
No ignorar los errores es una vía lógica para poder enmendarlos. Definir claramente el porqué de cada cosa o hecho, permite mejorar cotidianamente el presente y preparar un futuro más protegido.
Hace un tiempo manifesté que: así como la obesidad puede ser un símbolo de mala nutrición, la agresividad es una manifestación de mala educación. La pregunta es: ¿qué tipo de plato o fuente se emplean para alimentar esos errores?
En una sociedad inarmónica siempre vamos a encontrarnos con manos que piden y otras que sacan. Ambas situaciones no son deseables para ningún ciudadano criterioso. Permanecer indiferentes frente a esas contradicciones negativas implica aceptar y participar de la declinación social.
Los comportamientos y compartimientos estancos pueden impulsar un aislamiento que dificulte un buen diagnóstico y un mejor tratamiento de las enfermedades, de una sociedad mal atendida.
Hijos, los quiero mucho…

Carlos Besanson
Conceptos ya publicados en el Diario del Viajero n° 914, del 3 de noviembre de 2004

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