Elizabeth Tuma

LA CARRERA DE LA DIPLOMACIA

Publicado el 30 de setiembre de 1992 - DV nº 283

Quizás el lector pueda desorientarse inicialmente con un título que gráficamente puede ser interpretado de muchas maneras. Por eso me preocupo en explicar su sentido dado por una creciente tendencia universal a considerar que sabe sólo aquel que tiene un diploma, es decir que un buen certificado con muchos sellos implica conocimiento.

Todos los modernos profetas señalan públicamente que la inteligencia es lo que va a diferenciar, en forma categórica, los distintos ordenamientos de las naciones según su estándar de vida. Es decir que el alto promedio de conocimiento de un pueblo, implica una elevada calidad de vida.

No basta que un país sea productor de materias primas, si ellas no son obtenidas en forma eficiente, con la calidad y costos adecuados. No es suficiente ahora tener un buen equipamiento industrial, si no hay un diseño moderno de los productos que se elaboran y una prestación que satisfaga las necesidades del mercado. No alcanza con tener mucho territorio, o población, para considerarse potencia, o para figurar en ese primer mundo, del cual tanto se habla.

Pero lo que se llama el conocimiento, a secas, puede ser tergiversado en su contenido individual, y en su difusión colectiva.

Cuando ese conocimiento generalizado integra la cultura de un pueblo, y está complementado, en dosis sabias, por el espíritu de trabajo y ahorro, se puede hablar de un nivel destacado de vida.

Recuerdo haber leído la publicidad de muchas malas academias e institutos de estudios estadounidenses, que con el fin de captar alumnos-clientes, sobre todo en cursos por correspondencia, promocionaban slogans como reciba su diploma ahora y siga estudiando después. Es decir que la educación en algunos casos se ha convertido, no en un servicio trascendente, sino en una mercadería que puede tener fallas, que hay que aprender a descubrir a tiempo para evitar engaños a la sociedad y a sus componentes.

Cuando estaba por recibirme de abogado a los veintiún años, me asaltó una duda existencial sobre cuál era la diferencia entre ese estudiante al que aún le faltaba una materia para egresar, y ese profesional que iba a ser aprobando tal materia. Poco después comprendí que en mi caso no existía diferencia, había comenzado a sentirme abogado desde el comienzo de mis estudios. El diploma obtenido no era nada más que una tarjeta de presentación, cuyo valor dependía exclusivamente de mi accionar. Más aún, nunca colgué en mi escritorio el diploma, porque en ese entonces figuraba la fecha de nacimiento del egresado, ¿y quién iba a confiar un caso de interés a un joven de esa edad?

La conformación de un curriculum por parte de postulantes a empleos y cargos lleva a situaciones engañosas, en las cuales figura la participación en estudios y actividades, que no son siempre representativas de un real aprendizaje. El presentismo en seminarios y congresos no implica necesariamente la asimilación firme de nuevos conocimientos, a lo sumo señala que el interesado ha tenido la opción de aprender, pero no certifica que la haya ejercido positivamente.

La acumulación de esos papeles denominados certificados o constancias puede degenerar en la diplomacia, que es la tergiversación de un buen nivel cultural terciario y de sus continuaciones posgrado. Debemos evitar el fraude cultural de juntar papelitos en vez de acumular conocimientos vigentes, para mantener con inteligencia el concepto de educación permanente.

Carlos Besanson