REGION - La Pampa
Semanario REGION®
Del 20 al 26 de agosto de 2004 - Año 14 - Nº 674
R.N.P.I. Nº 287.347

  
Editorial del "Diario del Viajero" Nº 903
La libertad que se juega 3ª Parte

Los juegos de azar por dinero no son una distracción sino una difícil adicción, que requiere tratamiento para neutralizar las dramáticas consecuencias que generan. Por eso toda promoción pública de tal tipo de actividad daña a la sociedad.

Por lo tanto reproducimos la tercera parte de la nota editorial que oportunamente publicamos en la edición número 650, el 13 de octubre de 1999.

Carlos Besanson

LOS MEDIOS, LOS FINES, LAS SOMBRAS

Cuanto mayor es el grado de inseguridad que tiene el hombre, mayor es la tentación para jugar, arbitrariamente, su destino. En una sociedad en donde la escala de valores ético-morales fluctúa en niveles bajos, más intensa es la tendencia al escapismo absurdo

Por lo tanto, que el Estado se preocupe en organizar el juego, bajo la débil y discutible excusa de evitar el juego clandestino, semeja tan absurdo, como organizar robos para quitarle trabajo a los ladrones no habilitados oficialmente.

Es falaz el argumento, que a veces emplean ciertos funcionarios, del destino social que se le da a los beneficios. Si promediamos una utilidad real de un diez por ciento, sobre el total de las sumas recaudadas por el juego oficial, llegamos a la conclusión que se le saca a los participantes un noventa por ciento más, que no va a ningún tipo de obra benéfica

Más aún, si lo que se busca es encauzar las tendencias de los individuos, que han adquirido el hábito y la adicción al juego, toda promoción y publicidad oficial sobre el tema, incita, en vez de advertir, sobre la dependencia hacia esos malos hábitos.

Otro de los argumentos improcedentes que se da, es que el juego organizado en alto nivel alienta al turismo. También lo incita cierto tipo de turismo como la prostitución infantil, la caza de animales en extinción, y todo acto que no se puede hacer fácilmente en el país de origen. Es mentiroso hacer creer que estas actividades deben ser organizadas por los funcionarios, para evitar que ocupen esas funciones delincuentes mafiosos. Muchas veces, esos delincuentes ya están infiltrados en el Estado.

Publicado en el Diario del Viajero nº 297, el 6 de enero de 1993

En un mundo en el que los componentes sociales se sienten cada vez más participativos, como una forma de ejercer una democracia auténtica, la función de la prensa consiste en iluminar zonas oscuras, para que las situaciones adquieran los relieves que los definen, y que por lo tanto la ciudadanía tenga elementos de juicio para valorar hechos y conductas.

También la prensa debe cumplir una función preventiva en la cual, sin que nadie se sienta circunstancialmente ofendido, se muestren los riesgos que corren instituciones apreciadas, cuando ellas recorren caminos que no le son propios.

Adjudicar a una importante fundación la explotación de una agencia receptora de apuestas sobre carreras de caballos, constituye un compromiso discutible. No basta que en apariencia se hayan dictado normas legales que cubran esa situación. En los fines específicos de creación de la fundación, destinada a una labor de investigación y tratamiento de primerísimo nivel, no figura un objetivo tan diferente como el de la explotación de apuestas hípicas. Se podrá decir que es un ingreso más para cubrir requerimientos científicos o académicos, pero éste es un argumento poco aceptable.

Quizás sea mucho más evidente esa dicotomía en los fines, si aplicamos la demostración por el absurdo en ciertas situaciones imaginadas. Por ejemplo: no nos parecería lógico que una Cámara Penal administrara oficialmente un bingo para obtener fondos que reforzasen su presupuesto, destinado a administrar justicia. Desde ya todo jugador se sentiría más seguro interviniendo en un bingo así controlado, pero no sería una situación coherente. Tampoco nos resultaría digerible que ciertas instituciones religiosas tuvieran oficinas habilitadas para vender lotería, prode o quiniela, por más que el destino de los fondos así habidos fuera el apoyo de obras a beneficio de los pobres. No hablemos de las hipótesis en las cuales se autoricen el funcionamiento de prostíbulos, dándose un porcentaje de los ingresos a los hospitales públicos que beneméritamente cuidan la salud de la población.

La vieja discusión de si el fin justifica los medios, se puede dirimir con claridad si parcializamos la premisa, es decir, ¿cuáles son precisamente los fines? y ¿en qué consisten los medios empleados? La confusión en las líneas de conducta, no solamente pueden alterar el aprecio de obras muy importantes, sino que alientan pasos equivocados en aquellos que necesitan, imperiosamente, buenos ejemplos. Los grandes maestros de la juventud no deben tener sombras, ni deben ser mandantes o mandatarios de juegos, que aunque permitidos legalmente, son azarosos para aquellos que los practican.

Quienes buscan en la ciencia una mayor seguridad y tranquilidad en el hombre no pueden facilitar el juego. Se dice que las carreras de caballos son el deporte de los reyes, sin embargo quienes más juegan, y más pierden, son los que funcionan como peones en ese gran tablero de ajedrez que es la vida. Es conveniente que los científicos, y sus fundaciones, trabajen para salvar al Hombre en su plenitud, y no solamente al cuerpo de ese hombre. C.B.

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