REGION - La Pampa
Semanario REGION®
Del 20 al 27 de marzo de 2008 - Año 18 - Nº 844
R.N.P.I. Nº 359581

  
Colaboración de Antonio Torrejón
Historia Termal en la Argentina


Termas de Copahue en la provincia de Neuquén.


En 1977, desde el Organismo Nacional de Turismo, me tocó requerir al INCYTH, al Instituto Nacional de Ciencia y Técnica Hídricas, un informe no solamente sobre la potencialidad termal del país, sino también un preliminar análisis, sobre la mejor utilización a dar a este histórico producto turístico.
Una de las observaciones que se nos hizo conocer, era que el sector, sufría la contrariedad de que en la currÍcula de los que contribuyen en la salud, no hay una enfática formación sobre el valor de estas alternativas, y que en las modas de calidad de vida, se demoraba la variable “spa termal”.

El hombre desde siempre, relacionó las curaciones del cuerpo y del alma con un pensamiento mágico. Sabido es que los pueblos de la antigüedad conocieron y usaron ampliamente las propiedades curativas de las aguas termales. Mucho antes que los romanos, (hacedores de extraordinarias instalaciones para un máximo aprovechamiento de este, tesoro), existieron pueblos más primitivos que ya conocían los secretos del termalismo y los disfrutaban.

Basta mencionar que como símbolo de juventud eterna, los griegos, eligieron una fuente, la de Juvencia, convirtiéndola en síntesis mágica de vida, juventud, salud y eternidad. América precolombina no se sustrajo de ese mito universal. Viene de antiguo en los países del área, el conocimiento y valoración del efecto milagroso de las aguas que la Pachamama («madre tierra»), brindaba generosamente a sus hijos. Eran conocidos en Cuzco los «baños termales de Uyurmire» y el que luego se llamaría «baño del inca» en el templo del dios Wiracocha.
De esa misma época son los baños de Cachicadan, los de Pachame, los de Churin, todos ellos ubicados en el actual territorio del Perú. Luego y ya en el período inca, conocieron fama los de Cajamarca y el de Machu Pichu.

Dentro de los límites del actual territorio argentino, desde la época pre-colombina se transmiten noticias sobre las propiedades curativas de algunas fuentes termales. Ese conocimiento, trascendiendo, mitad historia, mitad leyenda, permitió que sin llegar al refinamiento del mundo romano o al criterio práctico que aconsejó a los incas construir sus barracas próximas a las fuentes, el nativo, adhiera al mismo sentido mágico de los pueblos primitivos.
Es así mismo interesante, notar como el tema de las fuentes termales va íntimamente unido al sentimiento del amor, en todo cuanto hace a la imaginería narrativa que explica los orígenes del fenómeno físico de la existencia de las aguas, sus ebullentes fumarolas, su embalse y drenaje y sus beneficios. Es un tejido en el que el hombre ha insertado efecto y causa como relación inseparable para explicar el fenómeno en la letra de su primitiva poesía y es así como hilvanando hechos de los que desconoce sus razones, con las verdades de su fe, va dejando narraciones que con el correr del tiempo se convierten en leyendas de múltiples matices donde priman, la vida y la muerte, el amor y el odio.

Una de esas tantas leyendas relata que al morir el cacique araucano Copahue («lugar de azufre») y su amante hechicera Pirellán («nieve del diablo»), brotaron de las heladas entrañas de la tierra ensangrentada chorros de vapor y agua hirviente, perforando la nieve que todo lo cubría, hasta formar una laguna y un río.
Esa misma imaginería cuenta que el cacique puelche Carhué («corazón puro»), enamorado de Epecuén («eterna primavera»), cura milagrosamente de una extraña parálisis al sumergirse en la gran laguna que formaron las lágrimas de dolor de su amada.


A la República Argentina, cabe el honor de haber sido el primer país sudamericano en contar con un establecimiento termal, usado con criterio médico y especialmente instalado y adecuado a esos fines. Responsable de ello fue el médico español Antonio Palau quien en 1878 funda el Centro Termal de Rosario de la Frontera, Salta, lugar ya visitado en 1817 por el sabio francés Amado Bonpland. Hoy la localidad brinda servicios en el Hotel Termal (foto).

Las zonas argentinas que contactan con la civilización incaica, conservan leyendas sobre exóticos genios que habitaban en las surgentes. La propia tradición revela que los hombres simples que moraron las zonas donde existen fuentes termales, sentían terror de sus poderes. Los gases, las burbujas, los olores, el vapor o la temperatura del agua, demuestran a los indios que debajo de ese manantial, en las entrañas de la tierra de donde brota el agua, habita el dueño de ella, un ser zoo-antropomorfo, que no desea que lo perturben y castiga con la enfermedad o con la muerte a quien lo hace. Para defenderse del hechizo se debe cubrir la fuente con piedras y no mirar ni tocar el agua que arroja el genio maléfico. Pero aún así, estos pueblos temerosos de lo ignoto, supieron apreciar el valor del agua y del fango salino que encontraron en las zonas de sus asentamientos, o allende ellos, hasta donde supieron llegar buscándolos.
Fueron quienes descubrieron y explotaron los yacimientos de sal, usándola ya como alimento, o con fines terapéuticos. Tal, la laguna Epecuén en la provincia de Buenos Aires, citada por Falkner en 1740 como agua curativa usada por los indios desde tiempo inmemorial.
Los baños de Pismanta, en San Juan, eran visitados por los aborígenes en busca de la salud perdida. Para ello ofrendaban algo al dios dueño del manantial. Su rechazo significaba que el enfermo no tenía cura.
En la provincia del Neuquén, desde tiempos remotos, son reconocidas por los indios los «baños de Epulaufquen» . Los expedicionarios de la Campaña al Desierto hicieron contacto simultáneo con éstas y con las termas de Copahue por el año 1880.

Ya desde la estructuración inca, Inti Yacu, («agua del sol»), llamaban los aborígenes de la actual zona de Río Hondo en la provincia de Santiago del Estero, a los caudales subterráneos que por entonces afloraban naturalmente. Vinculaban las bondades del Yacurupaj- («agua caliente») a las divinas potencias del astro sol, que mediante ellas los curaba de sus males y al que profesaban adoración.
En un libro publicado en Roma en el año 1646, Alonso de Ovalle describe la fuente termal de Puente del Inca, en la provincia de Mendoza, haciendo referencias al calor, salobridad y mineralización de las aguas, sin ningún tipo de explicitación científica, ni sobre su utilización, ya que se limita a una descripción estética del lugar como si se tratara de una obra de arte de la naturaleza.

Si bien la tradición oral cuenta del conocimiento y uso de las propiedades terapéuticas que del agua termal hacían los aborígenes, desde la época prehispánica, es recién en los albores del siglo XIX que aparecen las primeras referencias escritas sobre el particular.
También por algunos viajeros ingleses que cruzaron el país en todas sus direcciones, en la primera mitad del siglo pasado y que tantas obras han legado, es posible hoy conocer lugares y costumbres antiguas y perdidas. Hombres como Haigh, Miers, Proctor, Brand escribieron, somera y a veces ingenuamente, sobre las fuentes termales argentinas. Por ellos se sabe que en Villavicencio, visitada en el año 1839 por el célebre naturalista Charles R. Darwin, había hacia el año 1800, baños medicinales a los que acudía la gente de Mendoza, y Brand cuenta que el primer análisis de un agua termal argentino, lo hizo el físico y químico Michel Faraday, sobre una muestra tomada en Puente del Inca en el año 1827.

En cuanto a estudios sistemáticos realizados que pudieron conducir a la publicación de trabajos científicos, el tema mereció el interés de los profesores universitarios de la segunda mitad del siglo pasado, fundamentalmente entre especialistas de las ciencias médicas y químicas, tanto argentinos como extranjeros.
Al respecto y con entero sentido de homenaje hacia la labor de sus hombres, resta mencionar a la Comisión Nacional de Climatología y Aguas Minerales , creada en virtud de la Ley N°11621, que integrada por los doctores M. Sussini, E. Herrero Ducloux, A. Brandán y H. Isnardi, por el Ing. A. Galmarini y los señores M. Castillo, F. Pastore y H. Corti, produjo un interesante y valioso trabajo de recopilación y análisis de las Aguas Minerales de la República Argentina, ejecutado entre los años treinta y cuarenta del Siglo XX.

En la marcha continua de la humanidad hacia el progreso, las aguas termales han sido siempre consideradas de propiedades extraordinarias, si bien que las mismas se atribuyeron a factores no siempre reales. El concepto mágico que rodeó al hombre primitivo, hizo ver en ella una materialización de lo sobrenatural; muchas veces les temió, pero supo apreciarlas cuando observó empíricamente que producían efectos curativos. Del concepto mágico, se pasó, al que hombres más sabios, elaboraron tomando como hipótesis su parámetro térmico, luego a éste se le agregó su condición de medio mineralizado y así sucesivamente, se fueron sumando conocimientos científicos a la causa de sus efectos.

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